domingo, 7 de junio de 2009

El sistema inmune: Orígen de numerosas enfermedades


Nuestro organismo, está constantemente expuesto a la agresión de microorganismos (virus, bacterias, hongos,..), así como de sustancias extrañas, que pueden provocarnos una enfermedad. Sin embargo disponemos de unos mecanismos de defensa que impiden que nuestro cuerpo sea atacado por estos agentes, que conforman, lo que llamamos sistema inmunitario, compuesto por una red de células, tejidos, órganos y proteínas que colaboran entre sí para protegernos.


El sistema inmunológico, nos ofrece protección mediante una estrategia de distintas defensas cada vez más compleja: las barreras físicas, el sistema inmune innato, y la inmunidad adaptativa.
La primera línea de defensa la conforman las barreras físicas, como es la piel, pero también la tos o el estornudo, con los que expulsamos agentes extraños, el lagrimeo que hace que se mantenga limpio el ojo, el flujo de orina que impide la ascensión de gérmenes a las vías urinarias, la secreción mucosa de nuestro aparato respiratorio y digestivo, las enzimas presentes en algunas secreciones o la flora bacteriana intestinal.


Si un agente patógeno traspasa estas primeras barreras, el sistema inmunológico innato ofrece una respuesta inmediata, pero no específica. Los sistemas inmunológicos innatos se encuentran en todas las plantas y animales y no ofrecen una inmunidad duradera. Este tipo de respuesta puede estar mediada por determinadas sustancias que se liberan o por células, recibiendo el nombre de inmunidad humoral o celular respectivamente. Dentro de las barreras humorales y químicas encontramos sustancias tales como las prostaglandinas, los leucotrienos, eicosanoides y sistema del complemento. Las células encargadas de la respuesta celular, son los leucocitos, entre los que encontramos fagocitos (macrófagos, neutrófilos y células dendríticas), mastocitos, eosinófilos, basófilos y células asesinas naturales.


Por último, si los agentes patógenos evaden la respuesta innata, los vertebrados poseemos una tercera capa de protección, que es el sistema inmunológico adaptativo. Aquí el sistema inmunológico adapta su respuesta durante la infección para mejorar el reconocimiento del agente agresor. La información sobre esta respuesta mejorada se conserva aún después de que el agente patógeno es eliminado, bajo la forma de memoria inmunológica, y permite que el sistema inmune adaptativo desencadene ataques más rápidos y más fuertes si en el futuro el sistema inmune detecta este tipo de patógeno. Esta respuesta es específica, es decir, para cada sustancia extraña que pretende invadirnos o antígeno, fabricamos una sustancia contra él y solo para él, que denominamos anticuerpo, denominadas también inmunoglobulinas. En este tipo de respuesta intervienen otro tipo de leucocitos, los linfocitos, siendo los linfocitos B y T los más importantes.


Todas estas células y sustancias se encuentran ampliamente distribuidas en nuestro organismo, pero se almacenan o producen en determinadas regiones de nuestro cuerpo conocidas como órganos linfoides: timo, bazo, médula ósea y ganglios linfáticos, éstos últimos interconectados por una red de canales o vasos linfáticos por donde circulan los leucocitos además de por la sangre.


Este sistema de defensa y protección así conformado, no solo nos ofrece una protección frente a patógenos externos sino que se encarga también de vigilar que nuestro organismo funcione correctamente y es capaz de detectar anomalías y comportamientos celulares alterados, corrigiéndolos por lo que cuando falla pueden aparecer numerosas enfermedades como trastornos por inmunodeficiencia, enfermedades autoinmunes, alergias o incluso cáncer.


Las inmunodeficiencias pueden ser de origen genético o adquirido y aparecen cuando alguno de los sistemas descritos anteriormente se encuentran inactivos, haciéndonos más propensos a las infecciones. Nuestro sistema inmunológico también muestra una respuesta reducida en ciertos momentos de la vida como son la infancia mientras madura, y va decreciendo a partir de los 50 años.


Entre las causas que pueden mermar la capacidad de respuesta del sistema inmune, están ciertas infecciones (como la del VIH), quemaduras, la malnutrición, los desórdenes alimenticios, la obesidad, el estrés, y el abuso de drogas, donde quedan incluidos muchos fármacos.


Los trastornos autoinmunes, se desarrollan cuando el sistema inmune destruye los tejidos normales del cuerpo, lo cual es causado por una reacción de hipersensibilidad similar a las alergias, en donde el sistema inmune reacciona a una sustancia que, normalmente, ignoraría, ya que reconoce como extrañas estructuras propias del cuerpo. En las alergias, el sistema inmune reacciona a una sustancia externa que normalmente sería inofensiva y con los trastornos autoinmunes, el sistema inmune reacciona a los tejidos corporales normales propios. Ejemplos de enfermedades autoinmunes, son la artritis reumatoide, la diabetes tipo I o el lupus, esclerosis múltiple, psoriasis, vitíligo, colitis ulcerosa, enfermedades tiroideas y un largo etcétera.


Entre las causas que pueden llevarnos a padecer una enfermedad autoinmune, además de la predisposición genética están la infección por algunos microorganismos y el empleo de ciertos fármacos, pero el aumento de enfermedades autoinmunes que se está observando en los países occidentales, a diferencia de lo que ocurre en países tropicales donde se mantienen tasas altas de enfermedades infecciosas, puede tener una causa clara: el exceso de vacunación y el ambiente excesivamente estéril en el que vivimos por el uso masivo de antibióticos y de sustancias que destruyen cualquier tipo de gérmenes tanto en los alimentos, como en nuestras casas o espacio donde trabajamos, que hace que nuestro sistema inmunitario se encuentre falto de entrenamiento y “distraído” al no tener que trabajar y al final, termina cometiendo estos errores. También es posible que ciertas sustancias como los aditivos de los alimentos, del agua, insecticidas, pesticidas, contaminantes del aire, etc..., acumuladas en el cuerpo, alteren entre otras cosas la propia composición corporal, pudiendo llegar el momento en que el cuerpo no reconozca como propios estos nuevos "compuestos" formados y los agreda.


Las alergias aparecen cuando nuestro sistema inmune reacciona de una forma desproporcionada y por encima de lo normal, ante una determinada sustancia extraña a nuestro cuerpo lo que provoca un daño en nuestro propio organismo y dependiendo del órgano afectado, aparecerán distintos síntomas, en forma de asma, eccemas, diarreas, rinoconjuntivitis, pudiendo ser a veces tan intensa que puede provocar la muerte de quien la sufre por shock anafiláctico.


Constituyen también otra de las patologías que se encuentran en aumento en nuestra sociedad. Solo tenemos que volver la vista atrás y analizar el número de compañeros que teníamos cuando íbamos al colegio y eran alérgicos, y los que encontramos hoy en día en todas las aulas de los colegios, con alergias a cada vez más sustancias y a veces a cual más extraña.


Parece que la causa de este aumento de incidencia tanto en variedad como en gravedad, no es que los pólenes (o cualquier otra sustancia), causantes de la mayor parte de las alergias hayan aumentado o se hayan vuelto más agresivos, sino que existen multitud de sustancias químicas contaminantes que constantemente estamos lanzando a la atmósfera y que interferirían con la respuesta que ofrecería nuestro sistema inmune, siendo especialmente dañinas ciertas partículas que se liberan en la combustión de los motores diesel. Así por ejemplo, existen mayor número de alérgicos al polen de ciertas plantas y con síntomas más graves en las ciudades, donde existen menores concentraciones polínicas, que en el campo, donde por el contrario estas concentraciones son mayores y por tanto cabría esperar una mayor respuesta alérgica.


Otro de los cometidos importantes de nuestro sistema inmunológico, es la de identificar y eliminar células tumorales, gracias a los linfocitos T asesinos y evitar así que desarrollemos una de las enfermedades más temidas por todos: el cáncer. Por tanto cuando estamos ante una situación de bloqueo o de disminución de respuesta de nuestro sistema inmunitario, nos hacemos más propensos a que no demos una adecuada respuesta ante la aparición de una célula o un grupo de ellas que comienzan a comportarse anómalamente y éstas terminan por proliferar sin trabas y desarrollar un tumor.


Una de las paradojas con las que nos encontramos es ver como desde la medicina oficial se trata con quimioterapia y radioterapia el cáncer, pues se confía mucho más en la acción curativa de estas técnicas que en el propio sistema inmunitario del paciente. Sin embargo, independientemente de si un paciente se somete a alguna de estas terapias es fundamental e indispensable aplicar al paciente un tratamiento inmunoestimulante pues no solo contribuirá a que él mismo pueda hacer frente al tumor sino que además conseguirá que pueda sobrellevar con más garantías de éxito estos tratamientos minimizándose los importantes efectos secundarios que aparecen tanto con la quimioterapia como con la radioterapia.


Entre las causas que explicarían por qué está aumentando la frecuencia e incidencia de aparición de numerosos tumores, pues hay numerosas sustancias químicas inmunodepresoras que constantemente son eliminadas al medio ambiente. Pero además hay que destacar también como carcinógeno, un factor considerado como uno de las grandes epidemias de este siglo que comenzamos a vivir: el estrés y la ansiedad, que son capaces de mermar nuestra respuesta inmune hasta límites insospechados. Emociones negativas como la ira, la rabia, el estrés o la depresión deprimen al sistema inmunológico y emociones opuestas como el optimismo, la alegría o la calma, tienen un efecto opuesto, ya que potencian al sistema inmune en sus funciones.


Esta importante acción de nuestro sistema inmunológico explicaría también como las radiaciones ionizantes son capaces también de provocar un cáncer, a través de la alteración de la respuesta de nuestro sistema inmunológico.


La importancia del sistema inmune en la prevención de la aparición del cáncer, es tal, que las personas sometidas a tratamientos inmunosupresores, como los que se utilizan en las enfermedades autoinmunes o para evitar los rechazos en los transplantes, tienen 100 veces más probabilidades que el resto de la población general para producir un tumor.


También podemos influir con la dieta en esta respuesta inmune e independientemente de si un alimento es cancerígeno o no, éstos pueden provocar una disminución de esa respuesta y favorecer la aparición de un tumor. Tal es el caso del consumo excesivo de bebidas alcohólicas, grasas saturadas, azúcares y sal, tan abundantes cada día más en nuestras dietas. Por el contario, también podemos ayudar a nuestro sistema inmune con la dieta, pues hay numerosos alimentos con propiedades inmunoestimulantes como el ajo, los alimentos ricos en vitamina C y bioflavonoides (naranjas, limones, pomelos,…), el magnesio (frutos secos, legumbres, cereales y germinados) o el zinc (frutos secos y sésamo).

2 comentarios:

Unknown dijo...

Hola,
En el caso de una enfermedad autoinmune, ¿que se podría hacer si lo que tenemos es que "bajar" las defensas?. Muchas gracias

Dr. D. Joaquín Outón Ruiz dijo...

En las enfermedades autoinmunes, realmente lo que hay que hacer no es bajar las defensas, sino modular la respuesta de nuestro sistema inmunitario. Un depresor de nuestro sistema inmune, evidentemente disminuirá la reacción autoinmune, pero también mermará la capacidad de nuestras defensas a la hora de combatir una infección. Es así como realmente funcionan los corticoides tan empleados en este tipo de situaciones.
En el sentido de la inmunomodulación existe una planta medicinal que sobresale sobre las demás como es la calaguala o Polypodium leucotomos que estaría indicada en cualquier enfermedad autoinmune